martes, 8 de enero de 2013

Trabajo final


Esta es la continuación de lo que se podría llamar primer capítulo que escribí para el primer ejercicio de la asignatura, espero que os guste y os deje con ganas de más.


 

Fantasmas del pasado

Cercanías de Jaffa finales de Noviembre de 1187

Habían pasado dos días desde su salida de la prisión gracias al encapuchado misterioso. Ese tiempo lo había pasado en compañía de sus dos lacayos de los cuales había descubierto que eran mercenarios de la zona contratados por este como protección. No eran muy habladores entre ellos y se apreciaba a la legua que no tenían un gran intelecto. Alonso llevaba eso dos días maniatado guiado por sus captores de camino al puerto de Jaffa por lo que su recorrido hasta Acre se hacía más lejano. Según lo poco que había entendido de sus palabras tenían la intención de tomar un barco a Messina desde este puerto. No había vuelto a ver a aquel hombre misterioso que le había sacado de la prisión, pero sabía que se encontraría con ellos en el puerto de Jaffa debido a que tenía unos asuntos que solucionar según había dicho antes de partir.

Alonso había recuperado su espada pero la guardaban sus captores como el resto de viandas para el viaje, el cual estaba transitando fuera de los caminos normales, hecho que le preocupaba bastante ya que los dos mercenarios al ser sarracenos no tenían nada que temer ya que ahora estas tierras eran propiedad de Saladino. Y pensar que hace unos meses pertenecían al reino de Jerusalén… otrora poderoso reino, había sido llevado a la ruina finalmente debido a las malas decisiones de su reciente coronado rey, sucesor de Balduino, el rey leproso; Guido de Lusignan, el cual abandonó la posición defensiva que le otorgaban sus fortalezas para enfrentarse en campo abierto a Saladino. Alonso había tenido la oportunidad de ganarse una buena paga por acompañar al ejército cruzado pero prefería mantener la cabeza sobre los hombros antes que ser el más rico del cementerio. Sabía de la dificultad para abastecer a un ejército tan numeroso en esas tierras tan áridas en la mitad del verano y que Saladino elegiría el terreno donde combatir más a su favor. Y así ocurrió que el ejército cristiano fue totalmente destruido en la batalla de los Cuernos de Hattin produciéndose el colapso del reino de Jerusalén que ya no tenía posibilidad de defenderse, por lo que ahora era cuestión de tiempo que se produjera la reclamación de todos esos territorios por parte de los sarracenos.

Todos estos movimientos políticos le daban igual a Alonso, le importaba más el devenir de su existencia ya que todavía no sabía el misterioso interés que tenían por él estas nuevas personas que habían aparecido en su vida. La marcha era lenta ya que no tenían caballos y no seguían los caminos normales, por lo que el viaje transcurría por tierras secas hasta llegar a la provincia de Jaffa. Faltaba un día de jornada para llegar a la ciudad cuando pararon a hacer noche. Los dos guardias eligieron como refugio nocturno una pequeña cueva guarnecida entre las rocas de una diminuta cordillera que se erigía en mitad de esas tierras. Se concienciaron que no había animales dentro y montaron en cuestión de segundos una pequeña hoguera para protegerse del frío de la noche. A pesar de que en Oriente el calor era habitual, por las noches el frío se hacía patente y más en los meses de noviembre y diciembre en los que Alonso pensaba que se encontraban. Los últimos días en la prisión le habían hecho habituarse al calor de aquel horno y ahora el contraste le hacía recordar el frío que sintió de joven al estar cerca de los Pirineos, no era nada comparable, pero la habituación a la prisión se lo producía. Se encogió entre los pocos ropajes de los que disponía y comenzó a añorar su tierra aragonesa a raíz de las sensaciones que estaba sintiendo.

Apuraron los últimos alimentos que habían conseguido para el viaje: unos cuantos trozos de pan medio duro con sémola, varios dátiles y un gran trozo de queso de cabra que se repartió entre los tres con gran generosidad para sorpresa de Alonso. Le quitaron sus ataduras para no tener que darle de comer, pero los dos guardias le vigilaban atentamente mientras hablaban en su lengua de la que Alonso, a pesar de llevar varios años en Tierra Santa poco conocía con todo lo que la había escuchado. Ahora se lamentaba de no haber prestado mayor atención en el pasado a esta lengua y poder saber más sobre los planes que tenían guardados para él. Pero también era normal su falta de atención, su llegada a Tierra Santa se había producido para huir de su pasado, era lo único que le interesaba…

 Un sonido en la oscuridad activó al pequeño grupo y uno de los guardias desenvainó su cimitarra ante la amenaza. Ando sigilosamente hasta los árboles cercanos que guarnecían las inmediaciones de la cueva y un sonido hueco calló la fría noche. Unos instantes después, apareció de nuevo la figura desaparecida entre las sombras ,pero esta vez con una larga sonrisa y una gran liebre con un gran tajo en el vientre. Más cena. El olor de la carne asándose en el fuego hacia que Alonso salivara como un sabueso. En esta ocasión no fueron tan generosos con él y no le toco parte de ese nuevo suculento plato. En la prisión no había comido bastante en los días de su cautivo así que hizo lo mismo que en esos días, dormir. Después de terminar de devorar al animal, uno de sus vigilantes hizo lo mismo mientras que el otro comenzó la guardia.

 

 

Claudia, Marco y el resto de hombres buscaban algún refugio para pasar la noche. Había sido un buen día: dos caravanas mercantes con especies, perfumes, telas y todo tipo de abalorios de lujo, era un buen botín. Una pena que Claudia tuviera que mantener su condición de mujer oculta tras sus ropajes para que el resto del grupo no tuviera deseos lascivos y entorpeciera las tareas de la banda. Los hombres no aceptarían una mujer como compañera de armas. Los vestidos que había en las caravanas eran dignos de princesas y Claudia en su interior quería ser una de ellas, a pesar de su fuerte carácter y de que era capaz de vencer a cualquier hombre con la espada, deseaba convertirse en una princesa, como todas las niñas de su edad, tan solo tenía dieciocho años. Solo su hermano Marco sabía de la existencia de la mujer en el grupo, los otros componentes del grupo eran dos franceses, un sirio, un egipcio y por último un napolitano; se habían juntado porque les convenía a todos. Daban igual sus diferencias religiosas y culturales, eran tiempos de guerra y las caravanas no salían sin una escolta de quince hombres como mínimo. Su grupo era una temible banda de saqueadores que vendían cualquier cosa que robaban y repartían los beneficios a partes iguales, la convivencia no era fácil y la comunicación menos todavía.

Hacía ya año y medio que Marco y Claudia habían abandonado su Florencia natal, debido a las deudas que había contraído Marco con sus apuestas en los lujuriosos burdeles florentinos. Los dos tomaron un barco en Venecia con lo poco que les quedaba con rumbo a Jerusalén. Marco era un hombre de unos veintidós años con una estatura normal, ni guapo ni feo, con los ojos color miel y pelo castaño, no destacaba en nada, ni física ni mentalmente, era un hombre de números, su padre había sido un banquero exitoso que murió poco después de que su esposa diera a luz a Claudia. Trató de mantener la riqueza que le había dejado su padre, pero el gusto por el juego le llevó a la perdición. Amaba a su hermana, pero el hecho de haber perdido a su madre a la tierna edad de cinco años le creaba un sentimiento de odio por Claudia, ¿Por qué ella le había arrebatado a su madre? Claudia notó este sentimiento toda su vida y por eso al ser el único pariente directo, quitando tíos y primos trató de que su hermano la perdonara, por eso le acompañó en su huida, por este motivo y porque su vida en la villa de Florencia de sus tíos era tediosa y aburrida. Se pasaba el día cepillando el pelo de sus primas, el cual era lacio y sin encanto a diferencia de su larga melena rubia que resplandecía como el oro y que en conjunción con sus ojos conseguía que la muchacha tuviera una belleza deslumbrante. Atendía a las clases de español que la mujer de su tío Ezio les impartía, clases de canto, de costura… Soñaba con ver que había más allá de los campos de la villa, quería viajar, conocer gente nueva, vivir… Esto la motivo a emprender la marcha con su Marco.

Los hermanos cuidaron el uno del otro, pero Claudia se sintió más cómoda en un mundo de hombres y aprendió con presteza. Al llegar a Tierra Santa las oportunidades que se creían desde Occidente cayeron bajo su propio peso. A Marco le quedaba tomar las armas o robar ya que el trabajo honrado escaseaba; y viendo que el armamento corría bajo su pago era más inteligente la idea de robar. La posición de su hermana no era mucho mejor: prostitución, amancebamiento... y toda clase de barbaridades que le hicieron tomar una decisión muy drástica. Se cortó su bellísima melena rubia como un hombre. Como lloró mientras los mechones dorados caían al suelo. El resultado no la delataba a primera vista pero con un largo rato de observación de una mente un tanto despierta se podría desenmascarar el entuerto ya que los rasgos de mujer eran muy marcados en su bello rostro. A partir de entonces empezó a cubrir sus senos con telas que igualaron su torso al mismo nivel que el vientre. A simple vista parecía un joven muchacho rubio huesudo con cara de niño y con este aspecto vivió por los parajes de lo que llamaban Tierra Santa. Sus peripecias hasta aquella noche habían sido muy emocionantes para Claudia, por fin había vivido, no era lo que esperaba de la tierra de su señor Jesucristo, pero se había desligado de su anodina vida. Por el contrario su hermano sentía la necesidad de volver a una vida normal, en la que no se jugara la vida todos los días, por ello llevaba ahorrando durante medio año el fruto de sus saqueos. En mente tenía la idea de volver a Italia, quien sabe si ir a Nápoles… no, no, allí el juego le llevaría a la ruina antes que en Florencia. La tierra de los franceses le gustaría a Claudia pero tenían el impedimento del idioma y conociendo a las personas que había conocido en estas tierras... ese pensamiento cada vez era mas tenue y alejado. Lo que cada vez alcanzaba una mayor fuerza era la de viajar a Barcelona, los dos conocían el idioma gracias a las enseñanzas de su tía María cuando eran pequeños. Allí a lo mejor podrían volver a tener una vida normal y estaban alejados de las disputas del sur de la península.

Estaban llegando a una de las cuevas que habitualmente usaban como refugio y para guardar parte del botín de sus emboscadas, cuando el egipcio los hizo agacharse rápidamente con un fugaz chasquido de dedos. Desde el suelo pudieron ver una hoguera cerca de la cueva y a un par de hombres dormir a pierna suelta. Los dos franceses cargaron virotes en sus ballestas preparados para asaetear a aquellos desconocidos, cuando de pronto una cimitarra apareció de entre las sombras partiendo a uno por la mitad y cortando el cuello del otro. El napolitano rápidamente le lanzó uno de sus cuchillos que acabó en la garganta del hombre, tras esta velocísima maniobra todo parecía de cara y  el egipcio rápidamente se abalanzó sobre él con su Khopesh pero su enemigo aunque malherido se deshizo rápidamente de él con una finta, haciéndole trastabillar, cayendo al suelo tenia las horas contadas, fue su perdición ya que acabo con él antes de que pudiera reaccionar. Claudia estaba asustada, un solo hombre había acabado con la mitad de su grupo en menos de un minuto. El grito que soltó el egipcio antes de morir alertó a los otros dos extraños que dormitaban, si tenían la mitad de habilidad que su compañero ya podían despedirse de esta vida pensó Claudia.

 

            Aunque Alonso no era de sueño profundo, esa noche se había dormido como si se encontrara en la cama de un rey, con una almohada de lino y un colchón de blandas plumas. El agotamiento hizo más fácil su trabajo y bajó la guardia.

Volvió a verla. Su pelo negro azabache ondulaba con el viento que soplaba en el verde prado aragonés. Era primavera, las flores de todos los colores invadían la hierba como un pequeño ejército deslumbrante asemejando diferentes estandartes. El olor a romero le invadía, pero el olor de la mujer le hacía despedirse de toda realidad, era vainilla se notaba el origen noble de la chica. Su juventud y la belleza que despedía la mujer le embobaba. Estaba feliz, porque ella estaba allí con él, solo con él y con ningún otro. Los dos tumbados a la sombra de un manzano, ella se puso encima de él y le miro con esos tiernos ojos marrones que le llegaban al alma.

            -¿Me amas?- preguntó la bella mujer.

            -Más que a mi vida… eres mi princesa- contestó Alonso. La besó cerrando los ojos y sintiendo una gran calidez, eso solo podía ser felicidad.

La mujer le apartó y comenzó a emitir una siniestra risa que asustó a Alonso, le volvió a mirar y un gritó salió de su boca, parecía que sus oídos iban a estallar.

 

Un grito en la oscuridad le despertó a él y al otro guardia que dormía a pocos metros suyos, se alteró cuando vio a unos treinta metros como el otro guardia se desangraba de rodillas con un cuchillo en el cuello, a su alrededor estaban los cadáveres de tres hombres y ya se abalanzaban para rematarle cuatro hombres más. El más delgado de ellos le dio un puntapié y le clavó su espada acabando con su existencia.

            -Lucha conmigo o muere-dijo el guardia restante devolviéndole su espada a Alonso con un marcado acento. Después de esto cogió su cimitarra y salió corriendo al grito de: “Allah u Akbar” que fue respondido por el mismo grito de uno de los atacantes.

Alonso estaba desconcertado, ese enemigo parecía sirio pero los otros tres eran cristianos. El duelo entre hermanos de fe acabo rápidamente a favor del vigilante de Alonso, su técnica de lucha era finísima y le había desarmado de dos estocadas. Los otros tres que quedaban se separaron, el más delgado de ellos se lanzó hacia Alonso rápido y liviano como una pluma, le acometió con su espada por varios frentes, los otros dos acechaban al sarraceno, por el rabillo del ojo vio mientras luchaba con el hombre delgado como uno de ellos le tiraba un cuchillo, clavándose en la fornida pierna del sarraceno. Pero tras esto no pudo mirar más el combate que se estaba librando a su lado, ya que tenia a otro enemigo lo suficientemente cerca como para poder preocuparse del otro. El hombre delgado le atacaba con fiereza y tenacidad, pero Alonso era mucho más hábil con la espada que él, le desarmo y con una zancadilla le tiró al suelo. Al mirar su rostro vio una belleza terrible en los ojos azules de ese joven rubio y delgado.

-Eres… eres una mujer- dijo Alonso mientras veía como la furia de los ojos de la persona a la que podía matar en cualquier momento, cambiaban a un registro más dulce. Soltó la espada que cayó al suelo, pero un ruido seco se mezcló con el sonido del hierro tocando la tierra. Alonso sintió una quemazón debajo del hombro, vio un virote clavado en su pecho y la vista se le empezó a nublar, se derrumbó tocando el suelo y la oscuridad le llevó.