Esta es la continuación de lo que se
podría llamar primer capítulo que escribí para el primer ejercicio de la asignatura,
espero que os guste y os deje con ganas de más.
Fantasmas del pasado
Cercanías de Jaffa finales de Noviembre
de 1187
Habían pasado
dos días desde su salida de la prisión gracias al encapuchado misterioso. Ese
tiempo lo había pasado en compañía de sus dos lacayos de los cuales había
descubierto que eran mercenarios de la zona contratados por este como
protección. No eran muy habladores entre ellos y se apreciaba a la legua que no
tenían un gran intelecto. Alonso llevaba eso dos días maniatado guiado por sus
captores de camino al puerto de Jaffa por lo que su recorrido hasta Acre se
hacía más lejano. Según lo poco que había entendido de sus palabras tenían la
intención de tomar un barco a Messina desde este puerto. No había vuelto a ver
a aquel hombre misterioso que le había sacado de la prisión, pero sabía que se
encontraría con ellos en el puerto de Jaffa debido a que tenía unos asuntos que
solucionar según había dicho antes de partir.
Alonso había
recuperado su espada pero la guardaban sus captores como el resto de viandas
para el viaje, el cual estaba transitando fuera de los caminos normales, hecho
que le preocupaba bastante ya que los dos mercenarios al ser sarracenos no
tenían nada que temer ya que ahora estas tierras eran propiedad de Saladino. Y
pensar que hace unos meses pertenecían al reino de Jerusalén… otrora poderoso
reino, había sido llevado a la ruina finalmente debido a las malas decisiones
de su reciente coronado rey, sucesor de Balduino, el rey leproso; Guido de
Lusignan, el cual abandonó la posición defensiva que le otorgaban sus
fortalezas para enfrentarse en campo abierto a Saladino. Alonso había tenido la
oportunidad de ganarse una buena paga por acompañar al ejército cruzado pero
prefería mantener la cabeza sobre los hombros antes que ser el más rico del
cementerio. Sabía de la dificultad para abastecer a un ejército tan numeroso en
esas tierras tan áridas en la mitad del verano y que Saladino elegiría el
terreno donde combatir más a su favor. Y así ocurrió que el ejército cristiano fue
totalmente destruido en la batalla de los Cuernos de Hattin produciéndose el
colapso del reino de Jerusalén que ya no tenía posibilidad de defenderse, por lo
que ahora era cuestión de tiempo que se produjera la reclamación de todos esos
territorios por parte de los sarracenos.
Todos estos
movimientos políticos le daban igual a Alonso, le importaba más el devenir de
su existencia ya que todavía no sabía el misterioso interés que tenían por él
estas nuevas personas que habían aparecido en su vida. La marcha era lenta ya
que no tenían caballos y no seguían los caminos normales, por lo que el viaje
transcurría por tierras secas hasta llegar a la provincia de Jaffa. Faltaba un día
de jornada para llegar a la ciudad cuando pararon a hacer noche. Los dos
guardias eligieron como refugio nocturno una pequeña cueva guarnecida entre las
rocas de una diminuta cordillera que se erigía en mitad de esas tierras. Se
concienciaron que no había animales dentro y montaron en cuestión de segundos una
pequeña hoguera para protegerse del frío de la noche. A pesar de que en Oriente
el calor era habitual, por las noches el frío se hacía patente y más en los
meses de noviembre y diciembre en los que Alonso pensaba que se encontraban.
Los últimos días en la prisión le habían hecho habituarse al calor de aquel
horno y ahora el contraste le hacía recordar el frío que sintió de joven al
estar cerca de los Pirineos, no era nada comparable, pero la habituación a la
prisión se lo producía. Se encogió entre los pocos ropajes de los que disponía
y comenzó a añorar su tierra aragonesa a raíz de las sensaciones que estaba
sintiendo.
Apuraron los
últimos alimentos que habían conseguido para el viaje: unos cuantos trozos de
pan medio duro con sémola, varios dátiles y un gran trozo de queso de cabra que
se repartió entre los tres con gran generosidad para sorpresa de Alonso. Le
quitaron sus ataduras para no tener que darle de comer, pero los dos guardias
le vigilaban atentamente mientras hablaban en su lengua de la que Alonso, a
pesar de llevar varios años en Tierra Santa poco conocía con todo lo que la
había escuchado. Ahora se lamentaba de no haber prestado mayor atención en el
pasado a esta lengua y poder saber más sobre los planes que tenían guardados
para él. Pero también era normal su falta de atención, su llegada a Tierra
Santa se había producido para huir de su pasado, era lo único que le interesaba…
Un sonido en la oscuridad activó al pequeño
grupo y uno de los guardias desenvainó su cimitarra ante la amenaza. Ando
sigilosamente hasta los árboles cercanos que guarnecían las inmediaciones de la
cueva y un sonido hueco calló la fría noche. Unos instantes después, apareció de
nuevo la figura desaparecida entre las sombras ,pero esta vez con una larga
sonrisa y una gran liebre con un gran tajo en el vientre. Más cena. El olor de
la carne asándose en el fuego hacia que Alonso salivara como un sabueso. En
esta ocasión no fueron tan generosos con él y no le toco parte de ese nuevo
suculento plato. En la prisión no había comido bastante en los días de su
cautivo así que hizo lo mismo que en esos días, dormir. Después de terminar de
devorar al animal, uno de sus vigilantes hizo lo mismo mientras que el otro
comenzó la guardia.
Claudia, Marco y
el resto de hombres buscaban algún refugio para pasar la noche. Había sido un
buen día: dos caravanas mercantes con especies, perfumes, telas y todo tipo de abalorios
de lujo, era un buen botín. Una pena que Claudia tuviera que mantener su
condición de mujer oculta tras sus ropajes para que el resto del grupo no
tuviera deseos lascivos y entorpeciera las tareas de la banda. Los hombres no
aceptarían una mujer como compañera de armas. Los vestidos que había en las
caravanas eran dignos de princesas y Claudia en su interior quería ser una de
ellas, a pesar de su fuerte carácter y de que era capaz de vencer a cualquier
hombre con la espada, deseaba convertirse en una princesa, como todas las niñas
de su edad, tan solo tenía dieciocho años. Solo su hermano Marco sabía de la
existencia de la mujer en el grupo, los otros componentes del grupo eran dos franceses,
un sirio, un egipcio y por último un napolitano; se habían juntado porque les convenía
a todos. Daban igual sus diferencias religiosas y culturales, eran tiempos de
guerra y las caravanas no salían sin una escolta de quince hombres como mínimo.
Su grupo era una temible banda de saqueadores que vendían cualquier cosa que
robaban y repartían los beneficios a partes iguales, la convivencia no era fácil
y la comunicación menos todavía.
Hacía ya año y
medio que Marco y Claudia habían abandonado su Florencia natal, debido a las
deudas que había contraído Marco con sus apuestas en los lujuriosos burdeles
florentinos. Los dos tomaron un barco en Venecia con lo poco que les quedaba
con rumbo a Jerusalén. Marco era un hombre de unos veintidós años con una estatura
normal, ni guapo ni feo, con los ojos color miel y pelo castaño, no destacaba
en nada, ni física ni mentalmente, era un hombre de números, su padre había sido
un banquero exitoso que murió poco después de que su esposa diera a luz a
Claudia. Trató de mantener la riqueza que le había dejado su padre, pero el
gusto por el juego le llevó a la perdición. Amaba a su hermana, pero el hecho de
haber perdido a su madre a la tierna edad de cinco años le creaba un
sentimiento de odio por Claudia, ¿Por qué ella le había arrebatado a su madre?
Claudia notó este sentimiento toda su vida y por eso al ser el único pariente
directo, quitando tíos y primos trató de que su hermano la perdonara, por eso le
acompañó en su huida, por este motivo y porque su vida en la villa de Florencia
de sus tíos era tediosa y aburrida. Se pasaba el día cepillando el pelo de sus
primas, el cual era lacio y sin encanto a diferencia de su larga melena rubia
que resplandecía como el oro y que en conjunción con sus ojos conseguía que la
muchacha tuviera una belleza deslumbrante. Atendía a las clases de español que
la mujer de su tío Ezio les impartía, clases de canto, de costura… Soñaba con
ver que había más allá de los campos de la villa, quería viajar, conocer gente
nueva, vivir… Esto la motivo a emprender la marcha con su Marco.
Los hermanos cuidaron
el uno del otro, pero Claudia se sintió más cómoda en un mundo de hombres y
aprendió con presteza. Al llegar a Tierra Santa las oportunidades que se creían
desde Occidente cayeron bajo su propio peso. A Marco le quedaba tomar las armas
o robar ya que el trabajo honrado escaseaba; y viendo que el armamento corría
bajo su pago era más inteligente la idea de robar. La posición de su hermana no
era mucho mejor: prostitución, amancebamiento... y toda clase de barbaridades
que le hicieron tomar una decisión muy drástica. Se cortó su bellísima melena
rubia como un hombre. Como lloró mientras los mechones dorados caían al suelo.
El resultado no la delataba a primera vista pero con un largo rato de observación
de una mente un tanto despierta se podría desenmascarar el entuerto ya que los
rasgos de mujer eran muy marcados en su bello rostro. A partir de entonces
empezó a cubrir sus senos con telas que igualaron su torso al mismo nivel que
el vientre. A simple vista parecía un joven muchacho rubio huesudo con cara de
niño y con este aspecto vivió por los parajes de lo que llamaban Tierra Santa.
Sus peripecias hasta aquella noche habían sido muy emocionantes para Claudia,
por fin había vivido, no era lo que esperaba de la tierra de su señor
Jesucristo, pero se había desligado de su anodina vida. Por el contrario su
hermano sentía la necesidad de volver a una vida normal, en la que no se jugara
la vida todos los días, por ello llevaba ahorrando durante medio año el fruto
de sus saqueos. En mente tenía la idea de volver a Italia, quien sabe si ir a Nápoles…
no, no, allí el juego le llevaría a la ruina antes que en Florencia. La tierra
de los franceses le gustaría a Claudia pero tenían el impedimento del idioma y
conociendo a las personas que había conocido en estas tierras... ese
pensamiento cada vez era mas tenue y alejado. Lo que cada vez alcanzaba una
mayor fuerza era la de viajar a Barcelona, los dos conocían el idioma gracias a
las enseñanzas de su tía María cuando eran pequeños. Allí a lo mejor podrían volver
a tener una vida normal y estaban alejados de las disputas del sur de la península.
Estaban llegando
a una de las cuevas que habitualmente usaban como refugio y para guardar parte
del botín de sus emboscadas, cuando el egipcio los hizo agacharse rápidamente
con un fugaz chasquido de dedos. Desde el suelo pudieron ver una hoguera cerca
de la cueva y a un par de hombres dormir a pierna suelta. Los dos franceses
cargaron virotes en sus ballestas preparados para asaetear a aquellos
desconocidos, cuando de pronto una cimitarra apareció de entre las sombras
partiendo a uno por la mitad y cortando el cuello del otro. El napolitano
rápidamente le lanzó uno de sus cuchillos que acabó en la garganta del hombre,
tras esta velocísima maniobra todo parecía de cara y el egipcio rápidamente se abalanzó sobre él
con su Khopesh pero su enemigo aunque
malherido se deshizo rápidamente de él con una finta, haciéndole trastabillar,
cayendo al suelo tenia las horas contadas, fue su perdición ya que acabo con él
antes de que pudiera reaccionar. Claudia estaba asustada, un solo hombre había
acabado con la mitad de su grupo en menos de un minuto. El grito que soltó el
egipcio antes de morir alertó a los otros dos extraños que dormitaban, si
tenían la mitad de habilidad que su compañero ya podían despedirse de esta vida
pensó Claudia.
Aunque
Alonso no era de sueño profundo, esa noche se había dormido como si se
encontrara en la cama de un rey, con una almohada de lino y un colchón de
blandas plumas. El agotamiento hizo más fácil su trabajo y bajó la guardia.
Volvió
a verla. Su pelo negro azabache ondulaba con el viento que soplaba en el verde
prado aragonés. Era primavera, las flores de todos los colores invadían la
hierba como un pequeño ejército deslumbrante asemejando diferentes estandartes.
El olor a romero le invadía, pero el olor de la mujer le hacía despedirse de
toda realidad, era vainilla se notaba el origen noble de la chica. Su juventud
y la belleza que despedía la mujer le embobaba. Estaba feliz, porque ella
estaba allí con él, solo con él y con ningún otro. Los dos tumbados a la sombra
de un manzano, ella se puso encima de él y le miro con esos tiernos ojos
marrones que le llegaban al alma.
-¿Me amas?- preguntó la bella mujer.
-Más que a mi vida… eres mi
princesa- contestó Alonso. La besó cerrando los ojos y sintiendo una gran
calidez, eso solo podía ser felicidad.
La
mujer le apartó y comenzó a emitir una siniestra risa que asustó a Alonso, le volvió
a mirar y un gritó salió de su boca, parecía que sus oídos iban a estallar.
Un grito en la
oscuridad le despertó a él y al otro guardia que dormía a pocos metros suyos,
se alteró cuando vio a unos treinta metros como el otro guardia se desangraba
de rodillas con un cuchillo en el cuello, a su alrededor estaban los cadáveres
de tres hombres y ya se abalanzaban para rematarle cuatro hombres más. El más
delgado de ellos le dio un puntapié y le clavó su espada acabando con su
existencia.
-Lucha
conmigo o muere-dijo el guardia restante devolviéndole su espada a Alonso con
un marcado acento. Después de esto cogió su cimitarra y salió corriendo al
grito de: “Allah u Akbar” que fue
respondido por el mismo grito de uno de los atacantes.
Alonso estaba desconcertado, ese enemigo parecía sirio pero los otros
tres eran cristianos. El duelo entre hermanos de fe acabo rápidamente a favor
del vigilante de Alonso, su técnica de lucha era finísima y le había desarmado
de dos estocadas. Los otros tres que quedaban se separaron, el más delgado de ellos
se lanzó hacia Alonso rápido y liviano como una pluma, le acometió con su
espada por varios frentes, los otros dos acechaban al sarraceno, por el rabillo
del ojo vio mientras luchaba con el hombre delgado como uno de ellos le tiraba
un cuchillo, clavándose en la fornida pierna del sarraceno. Pero tras esto no
pudo mirar más el combate que se estaba librando a su lado, ya que tenia a otro
enemigo lo suficientemente cerca como para poder preocuparse del otro. El hombre delgado
le atacaba con fiereza y tenacidad, pero Alonso era mucho más hábil con la
espada que él, le desarmo y con una zancadilla le tiró al suelo. Al mirar su
rostro vio una belleza terrible en los ojos azules de ese joven rubio y
delgado.
-Eres… eres una mujer- dijo Alonso mientras veía como la furia de los ojos de la
persona a la que podía matar en cualquier momento, cambiaban a un registro más
dulce. Soltó la espada que cayó al suelo, pero un ruido seco se mezcló con el
sonido del hierro tocando la tierra. Alonso sintió una quemazón debajo del
hombro, vio un virote clavado en su pecho y la vista se le empezó a nublar, se
derrumbó tocando el suelo y la oscuridad le llevó.
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