Cuestiones en la oscuridad
Según sus
cuentas estarían ya muy cerca del año nuevo pero el calor en esas tierras era
insoportable. La lastimera brisa que entraba por la pequeña apertura en torno a
las gruesas paredes de la prisión, le producía a Alonso el único respiro de vida
que le hacía no desfallecer en esa jaula que parecía un horno. Pensaba que
había pasado un mes desde que le habían capturado en aquella emboscada en el
camino a Acre. Los asaltantes eran unos cazarecompensas que buscaban a un ladrón
de cabras de la zona. Todavía se maldecía de haber sido tan descuidado. Solo
habían pasado unos meses de la caída de Jerusalén en manos de Saladino y Alonso
iba a Acre en busca de un nuevo trabajo para su espada, le daba igual quien
fuera el que le pagara con tal de que lo hiciera. La prisión de la ciudad de la
que desconocía el nombre, era un lugar oscuro y tétrico en el que los gritos de
los torturados disipaban el silencio sepulcral de aquella tumba de vivos.
Compartía estancia con un ladrón de Alepo y un viejo del que no sabía nada, pero
con solo observarle se impresionaba de la cantidad de huesos que tenía el
cuerpo de los hombres.
De pronto, dos
hombres con cimitarras en los cintos desataron a sus compañeros de celda y le
dejaron solo durante un par de minutos. Las ataduras le aprisionaban las manos
y los pies y su movilidad era nula, apenas podía levantar la cabeza. Cuando
Alonso había bajado la guardia después de esos minutos, la cerradura de la
puerta se abrió, apareciendo un encapuchado.
-Buenas tardes,
me gustaría conocer algo más acerca de vos.
Después de
aquella desconcertante aparición ,el encapuchado tomó un taburete de uno
de los hombres armados que habían entrado y se sentó en frente. Alonso apreció un acento francés endurecido con un tono germano, pero no podía ver su
rostro para poder analizarlo mejor.
-Mi lengua
agradecería unas gotas de vino para que las palabras pudieran salir con fluidez,
si sois tan amable mi señor- Alonso habló sin dudar un ápice ya que
pensaba que era un simple interrogatorio para aclarar las cosas de las que le
inculpaban. Poco tiempo después entró el otro hombre armado con un vaso
rebosante de vino que el encapuchado dio de beber a Alonso.
-Espero que ya
se encuentre todo como gustéis y ya podáis contestar a mis preguntas. Me
gustaría comenzar por preguntaros qué hacéis por estas tierras y de qué familia
provenís- En ese momento pareció que Alonso recuperaba todas sus fuerzas, puede
que fuera por el vino, por el olor de los ropajes del misterioso interrogador o
por haber escuchado la palabra familia. Familia, aquella palabra conseguía
hacer pensar a Alonso puede que más que cualquier otra. Nunca había tenido una
como tal se pudiera considerar y eso le había perseguido en su cabeza toda su
vida.
-Soy un
mercenario aragonés nacido en las tierras de Ribagorza. Vine a Tierra Santa
hace unos años a hacer fortuna gracias a mi espada. Hace un mes me tendieron
una emboscada cuando iba de camino a Acre. Viajaba solo y no hice nada para que
me apresaran, según me dijeron estaban buscando a un ladrón de cabras pero no
atendieron a razones. Intente hablar con ellos pero fue inútil…
- Eso ya lo sé,
me han contado que pudisteis desarmar a tres de ellos antes de que pudieran
ataros, pero no es lo que realmente me interesa. Habladme de vuestra familia y
de que hace un mercenario aragonés tan lejos de sus tierras con la cantidad de
trabajo que tendríais más cerca de ellas- refiriéndose a los conflictos con los
almohades que mantenían los reinos peninsulares.
-Mis respuestas
serian más precisas y rápidas si me pudierais liberar de mis ataduras y
pudierais apagar mi sed con algo más de vino- Un chasquido hizo que los dos
hombres armados se pusieran manos a la obra trajeron una mesa y otro taburete
antes de desatarle, luego se colocaron detrás de Alonso en una posición
bastante preventiva para lo que pudiera hacer el aragonés.
Alonso se estiró,
lo que dio una ráfaga al misterioso encapuchado del olor a suciedad, sudor y
excrementos de los que estaba impregnada su ropa, la cual se componía de poco
más de un tabardo de cuero negro y unas botas en muy mal estado.
Después de que el sentido del olfato del encapuchado se viera ampliamente
superado teniendo que girar la cabeza hasta habituarse a la nueva sensación,
este vio como Alonso parecía un hombre más bien delgado, pero que daba la
impresión de ser más fuerte de lo que aparentaba. Llevaba una espesa barba
negra, al igual que su pelo largo bastante despeinado en el que ya florecían
algunos mechones grises. Parecía una persona muy seria, su cara era ruda y se
apreciaba como endurecida tanto por el sol como por los acontecimientos de su
vida. Sus ojos negros refulgían como el fuego de una hoguera en una noche
oscura y le daban cierto aire de grandeza, de orgullo, a pesar de que su
descuidado aspecto y pésimo estado le quitaban nobleza a esta última característica
que había notado.
El mercenario apuró
dos vasos de vino relamiendo las últimas gotas, viendo que sus acompañantes no
le iban a servir más comenzó a hablar:
-Mi madre me crío
hasta los doce años, pero unas fiebres se la llevaron. De mi padre nada sé,
pero mi madre rezaba todos los días porque yo no fuera como él. Al morir ella
fui al Monasterio de Alaón donde un monje me ayudo a sobrevivir para
convertirme en lo que soy hoy. Poco me acuerdo de mi pobre madre, creo que los
últimos días de su vida me marcaron de una forma que no desearía ni a mi peor
enemigo. La pobre desgraciada sufría tanto por sus dolores que suplico a un más
desgraciado niño de doce años que acabara con su sufrimiento, yo no podía hacer
eso y la deje en la casa mientras maldecía mi nombre. Cuando regrese el Señor
ya se la había llevado, poco mas recuerdo, pero aquellos gritos se anclaron en
mi corazón de tal forma que todavía los recuerdo como si fueran ayer. Del resto
solo recuerdo acudir al monasterio al atardecer, pidiendo a los monjes que me
ayudaran a darle sepultura, entonces uno de ellos me acogió por pena y a raíz
de ahí, viví casi como uno más del monasterio donde aprendí a leer, a escribir,
a contar y a todo lo que pude asistir sin faltar con mis oraciones y mi trabajo
en las tierras del monasterio en los ocho años que pase allí. Vine a Tierra
Santa para alejarme de los problemas de mi tierra, no por devoción, la perdí
hace tanto que ya ni me acuerdo... He visto actuar mejor a muchos de los que
llaman infieles que a los “caballeros de Cristo”, que se queden con su Deux Vult, esta no es su tierra y por lo
único que vienen italianos, franceses, ingleses… es por las tierras, la riqueza
y poder hacerse el nombre que no pueden hacerse en sus hogares, no por fe, ni
amor a Dios.
-Habláis
demasiado Alonso, teníais razón en que el vino haría fluir vuestra lengua, pero
no quiero que haga hervir vuestra sangre y que soltéis tal clase de
improperios…
-Yo no os he
dicho mi nombre, ¿Por qué lo sabéis?- interrumpió nervioso.
-Digamos que he
venido en nombre de alguien más importante al que le interesa vuestra persona
para un trabajo en el que sois bastante docto y por el cual sois gran conocido
y tenido en alta estima. Pero eso es algo de lo que hablaremos más adelante.
Habladme de esa historia de porque vinisteis aquí, suena a problemas de ladrón
o más bien a problemas de faldas de ramera, soy todo oídos, ¡sorprendedme!
-¡Ramera lo será
vuestra madre mi señor!- contestó agresivamente y de forma orgullosa
Alonso cortando la carcajada en medio de la que se encontraba el encapuchado.
-Calmaos, no
estáis en posición para hablarme de ese modo, sabéis que la pena a los
extranjeros en estas tierras por robar es la muerte y yo podría acelerarlo por
el simple hecho de agraviarme como lo habéis hecho- respondió tranquilamente el
encapuchado.
-No temo a la
muerte, ya todo se me ha quitado en esta vida- dijo Alonso tranquilizándose al escuchar el detalle de la pena de muerte
-No seáis iluso,
me serviréis mejor vivo que muerto, además necesito saber el principio y el final de toda vuestra
historia, sea con rameras o sin ellas. Rápido, los caballos nos esperan.
-¿Caballos? ¿Soy
libre?- preguntó sorprendido.
- Claro, no pensaréis que iba a perder mi valioso tiempo para charlar con un sucio y malhablado
prisionero al que iban a ajusticiar mañana. Llevarle a la posada, yo iré al
anochecer, tengo que arreglar unos asuntos- dijo a sus hombres. Los hombres le
cogieron fuertemente por los brazos, uno de ellos llevaba un saco con el que tapó
la cabeza de Alonso y rápidamente le sacaron de aquel oscuro lugar en el que
había malvivido un mes, quien sabe si para acabar en un sitio peor...