Esperando en la peluqueria...
Anselmo leía el periódico
deportivo mientras esperaba su maldito turno para arreglarse esos pocos
cabellos grisáceos que le quedaban. ¡Ay! Poco quedaba ya de aquellos días en los que una mata
negra azabache imbuía su cabeza y le tapaba totalmente la cabeza sin dejar
claros en ninguna parte. Era un pelo negro con estilo, con elegancia, saber
estar… pensaba Anselmo, no como los hippies que se dejaban esos pelos largos
que parecían mujeres. Los hombres tenían que llevar el pelo corto y bien
peinado a poder ser con la raya a un lado, no como los jóvenes de ahora que no hacían
más que ponerse gominas, lacas, ceras y pamplinas. ¡Coño es que se dan más
potingues que las mujeres!. ¡Ay! Los jóvenes de ahora… los ponía yo a segar
espliego de sol a sol y no a pasear mochilas como van ahora, así entenderían lo
que es de verdad trabajar y sufrir por vivir, no como ahora que van como
marqueses: que si móvil, que si Ipod, que si ropa de marca… Yo llevaba
pantalones cortos en invierno, eso sí con los calcetines hasta arriba y poco más
podía tener salvo la ropa de los domingos para ir a la iglesia.
-Juan hijo mío,
¿vas a terminar de una vez? Es que me van a dar las uvas chiquillo…
-Tranquilo
Anselmo que no me queda ya nada.
-Si no estuvieras
de cháchara estaba ya en casa.
-No se cabree
Anselmo, que las cosas se hacen mejor si uno está de buen humor.
Pero que se habrá creído este
tontolaba si yo soy una persona que tiene un carácter muy agradable, mi tía
Carlota me lo decía siempre que yo era el bueno de los hermanos. ¡Ay! Mis hermanos...
menudos garrulos, y encima malos como ellos solos; el Joaquín un borracho y mi
hermana María una víbora mira que no ayudar a madre con…
-¡Anselmo
le toca!
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